En mi viaje a Rusia del verano de 2017, con la intención de
conquistar el Elbrus, o Elbrús (creo que es aguda), en medio del caos de la
megaurbe que es Moscú, vi en las aparentemente sucias aguas del río Moscova
algo que me sorprendió.
Aparte del McDonalds, las tiendas de lujo, un ejército de
automóviles en peregrinación, riqueza -y mucha miseria-… la ciudad nos ofrecía
breves rincones no esperados, como: vestigios del pasado soviético, algún graffiti
y a mamá pato con sus patitos, flotando en las aguas camino de casa y ajenos a
todo el bullicio.
"Curioso mundo éste", pensé.