Malditos filólogos

“Malditos filólogos”, pensaba yo mientras me sentía agobiado, constreñido por las inexorables y más que rígidas normas ortográficas, la escayola del lenguaje. Estaba preso de un determinismo cultural asfixiante y ni siquiera era yo consciente. Las haches mudas me hablaban a gritos y no conseguía enterarme de nada.

Suspenso en mi examen parcial de Teoría de la Computación por “una soberbia a la par que grotesca colección de barbaridades en forma de faltas de ortografía”. Así estaba. Suspenso y bien suspendido del cadalso, yo era el reo condenado sin juicio justo ni defensa. ¿Por qué tanta crueldad en la evaluación? Con un cuatro era suficiente castigo.

Una cascada de interrogantes martilleaba mi cabeza sin descanso: “¿Por qué yo?” y acto seguido: “¿Se escribe por qué, porque, por que o porqué?” Si hiciese esa pregunta tres veces frente a un espejo, seguramente se me aparecería el sillón T de la R.A.E. Limpia, fija y da esplendor. “Creo que estoy perdiendo la cabeza”.

“¿Ni siquiera me excusa un eximente?” Antes del examen estaba bajo los efectos de conversar durante 36 horas non-stop por wasap, y no puedes seguir el ritmo de todos los grupos si te pones quisquilloso con las tildes y demás esqueletos lingüísticos. Esqueletos fosilizados, rígidos y arcaicos, y yo soy más del flow, fluyo como el agua. Flow flow.

Si hasta el gran Gabo me daba la razón, jubilemos la ortografía de una puñetera vez, o algo así dijo. Un premio Nobel tiene bastante peso en dirimir esta cuestión, creía yo. ¿O me estaba autojustificando? Mi parte consciente estaba ya en lucha abierta con mi inconsciente, y la cuestión vital de la acentuación de los hiatos me iban a provocar una disonancia cognitiva. Necesitaba salir de ese bucle o me iría sumergiendo irreversiblemente en la negra pesadilla de la demencia.

Tenía que resolver mis dilemas ortográficos y existenciales: “Acudiré a la fuente, a la luz, a una Biblioteca. A la Biblioteca de Uniovi: la BUO (¿búho?). Entre sus paredes y volúmenes encontraré las respuestas, la paz de espíritu. O al menos estaré calentito”.

—Buenos días, ¿podría consultar un diccionario de Vox? Me asaltan terribles dudas orto-existenciales —le espeté a la bibliotecaria con mirada de loco.
—Neno, pero si ya nadie usa diccionarios, y menos de Vox. Mejor te sientas en un ordenador y entras en la web de la R.A.E. —fue su respuesta, acompañada por una expresión a medio camino entra la lástima y la compasión. —Ah, y aquí es obligatorio guardar silencio y está prohibido comer y beber—.

Malditos filólogos y maldita postmodernidad.